¿Cómo como en la oficina? |
Trágica historia de unos seres humanos que tuvieron que emplear todos sus medios para poder comer en la oficina. | |
Clasificación moral: | No recomendada a menores de 7 años Vendedores de comidas a domicilio Gente con escrúpulos |
Esta pregunta nos surgió hace apenas dos años y su respuesta se mantiene hasta hoy en día. Curioso que a una pregunta tan corta se haga una respuesta tan larga, pero es que el proceso ha seguido un avance que ahora os paso a relatar:
Antecedentes históricos y dedicatorias
Podría no hacerlo, pero creo que una buena historia debe
comenzar con un pequeño preludio que nada tiene que ver con el resto, y que
sirve, para que al autor comente algo que siempre quiso decir y nunca se atrevió
a hacer. Lo emplearé a modo de dedicatoria para no hacerlo con la consabida
forma de:
"a mis hijos que tanto me ayudan", cuando lo que
quiere decir el autor es que menos mal que les convenció para que se fueran
de campamento y así dispone de 15 días para terminar el libro;
"a mi mujer que me apoya día a día", Sí, si aprovechas a pedirle algo
a tu mujer o a tu novia cuando está haciendo algo realmente importante para
ella, conseguirás todo el apoyo que necesitas, sobre todo, si así las dejas
en paz un momento;
"a mi tía Ambrosia", que te lleva dando el coñazo para que hagas referencia
a ella en algún libro o si no te deshereda;
"a mis estimados amigos", inagotable fuente de sugerencias para un
libro cuando llevan unas cervezas de más y, como tú también las llevas, les
prometes hacerles mención como pago a sus sugerencias y a las cervezas que te
han invitado.
Comienzo:
Corrían los salvajes años 80, en pleno auge de los estigmas de la pubertad y eliminado todo grado de asertividad infantil en los aspectos culinarios y sociales, me disponía a preparar una de mis primeros menús basados en... en... en... bueno ya improvisaría.
Me reuní con Alejandro (veis como he aprovechado para mencionarle disimuladamente. Esto le costará 10 ó 12 cañas), para preparar un delicioso y apetitoso menú. Por cierto que, Alejandro ahora vive con Rosana pero en esto de la cocina ni chicha ni limoná.
Partiendo de la idea de que un conjunto de cosas buenas hacen una cosa mucho mejor, comencé a sugerirle los ingredientes que estaban disponibles en mi casa:
Yo - ¿te gusta el arroz?.
Alejandro - sí, me gusta.
Yo - ¿y los espaguetis?.
Alejandro - también.
Yo - ¿los macarrones?.
Alejandro - deliciosos.
Yo - ¿salchichón?.
Alejandro - el salchichón es bueeeeeno.
Yo - ¿la mayonesa?.
Alejandro - excelente.
Yo - ¿has probado estas anchoas?
Alejandro - las anchoas viene nadando del mar hasta meterse en nuestras latas
luego... ¡serán buenas!.
Yo - Mira que aceitunas.
Alejandro - Jugosas y apetitosas, ricas para una sabrosa dieta mediterránea.
No es que Alejandro sea idiota como puede interpretarse de esta conversación, es que teníamos mucho hambre y al nombrar los ingredientes se iba haciendo una imagen de ellos al mismo tiempo que babeaba.
Después de media hora de una sucesión de ingredientes, creo que Alejandro dejó de sospechar acerca del individualismo de los mismos, quizás por que ya le estaba preguntando acerca de la crema de cacao, la leche condensada, el café... y al mismo tiempo que obtenía su aprobación, los mezclaba en una enorme perola.
El resultado, ya no lo recuerdo pero hemos sobrevivido a los efectos secundarios de semejante ingesta y desde ese día lo recordamos como una anécdota que siempre sale a relucir a partir de la séptima caña.
Otro aspecto importante en mi dieta fue, mi novia Isa. Ante la sugerencia de una dieta más rica en "pasto", hojas y flores gordas decorativas (ella a todo esto lo llama vegetales, verduras y fruta) me decidí por intentarlo. Así comencé a crear increíbles ensaladas en las que predominan la mayonesa, la salsa rosa, el bacon, las salchichas, etc. pero aún así sigo sin entender porque no adelgazo si además, sólo me hago media barra de barquitos con las salsas.
Haré mención también, ya que si no no me pagan a final de mes, a Alberto: monstruo de los arroces al microondas, guía espiritual de este noble arte; aunque su mayor habilidad es la localización de bares con buenas tapas es, como si dijéramos, el Altavista de los bares.
A Ramón, que con su despliegue de medios en la cocina, reduce a la mitad la vida de un lavaplatos; amén de su temperamento nervioso que, si se descuida le salen los huevos a punto de nieve.
Páaaaapa, máaaaama que me ocultaron los artes de la cocina pero se olvidaron esconderlos en la genética.
Y mis hermanos (Ana, Daniel, Paula...) y mi tía Ana Mari (que no tiene nada que ver la herencia ¡lo juro!), y en especial al repostero Jorge, que a ver si se estira y explica como hace los roscones con el proceso previo de mangar la fuente en una cadena de pizzerías.
Por último, haré una apuesta al futuro y mencionaré a Paula,
la hija de Gerardo y Marian que tarde o temprano dejará las verduras que le
da su madre y mantendrá la clientela de ésta página.
1er paso. Las comidas por teléfono.
No si no están mal, pero es que son de caras... Es el primer paso que damos cuando intentamos comer en la empresa pero el progreso de la especie humana y sobre todo la degeneración monetaria, nos hace pasar rápidamente por este período. Como buenos optimizadores de recursos hemos empleado numerosos medios para tratar de comer gratis para ello emplearemos el truco del asco y el del mal servicio:
Solicitaremos algún tipo de combinación que repugne al vendedor; como es difícil acertar a la primera seguiremos el recurso de probar distintas combinaciones con lo que conseguiremos el agotamiento cerebral de los dependientes. Como ejemplo la siguiente conversación mantenida con un vendedor de pizzas:
Vendedor .- Buenos días
Nosotros.- Buenos buenos
V.- ¿Qué deseaba?
N.- (preguntarles acerca de la economía nacional ¡no te jode!
¿por qué se creen que llamo?). Hacer un pedido
V.- Si, ¿me da su número de teléfono?
N.- 906 69 69 69 (así si hacen la comprobación que les cueste
una pasta)
V.- ¿de qué tamaño quiere la pizza?
N.- (si la pido pequeña que se supone que es para 2 personas,
es como si me comiera un canapé, a la mediana, especialmente indicada para 2
3 personas siempre la completaría con otra pero... y la grande que es
la que me parece más indicada, me sale demasiado cara así que la mediana aunque
me muera de hambre) Mediana
V.- ¿cuántos ingredientes?
N.- Dos
V.- Me dice...
N.- Mayonesa y pimientos (si con esta combinación no escuchamos
una arcada seguimos)
Bueno mejor... yogur y torreznos (atención...)
El caso es que... anchoas y chorizo
¡Acertamos!, se oye la tan deseada arcada y movimiento de cajas en el local
en busca de un cubo
V.- ¿quiere extra de queso para que quede más jugosa?
N.- (¡Vaya! parece que el dependiente aún se encuentra con
sentido). Si no me cobráis sí.
V.- Sí, se lo cobraremos ya que se trata un ingrediente adicional
N.- Vale, pues tampoco quiero aceitunas que le dan buen color,
cebolla que acompaña un montón, piña que le da un toque original, ... (proseguiremos
hasta agotar los ingredientes disponibles).
Casi que... la voy a querer con cuatro ingredientes: anchoas y chorizo y...
anchoas y chorizo
(definitivo, ya no se oye ninguna estúpida pregunta o al menos ya no se le entiende.
Este se va a casa ahora mismo)
V.- Es que... (¡que valor! lo sigue intentando) es una combinación
un poco rara
N.- ¿por? (y a él ¿que le importa?, seguro que es de los que
lleva la gorra roja, las gafas azules y unos calcetines amarillos)
V.- Pues no sé...
N.- (Insistiremos porque este está todavía muy espabilado)
La quiero la quiero y la quiero. Anchoas y chorizo, anchoas y chorizo, y anchoas
y chorizo. (el golpe seco al otro lado del teléfono me hace sospechar que ha
caído redondo).
N.- Otro compañero suyo se reengancha al aparato mientras el
resto auxilia al caído.
V.- Perdone, ¿qué deseaba?
N.- Ya se lo he dicho a su compañero, ¿se lo tengo que volver
a repetir?
V.- Si me hace ese favor
N.- Quiero una pizza mediana con cuatro ingredientes: anchoa
y chorizo y anchoa y chorizo osea doble. (arcada y posterior cuelgue de teléfono)
Al cabo de media hora suena el timbre (¡vaya! Si hubieran tardado un poco más...) el repartidor parece que no se atreve a acercarse demasiado a la puerta. Recojo la pizza y ante él la abro para comprobar su contenido... ¡otra vez! Grito airadamente, os he dicho que doble de anchoas y doble de chorizo y aquí hay la mitad.
El repartidor de manera altiva comenta que suelen venir unas 6 anchoas por pizza y... te pillé, cuando te dicen de manera tan rápida el número de ingredientes, sólo hay que contarlos: 8 no 12 como deberían venir y al mostrarlo, quizás el único empleado que se ha mantenido entero hasta el momento cae como un plomo con el revuelo y los vecinos atendiendo al muchacho consigo que abandonen el cobro por hoy.
2º paso. La comida en la cartera.
Una buena mañana despiertas, y al revisar la cartera, descubres que no tienes una puñetera peseta, así que tendrás que hacer una vez más la repetida visita al "microondas automático del banco"; ¡sí!, ese al que introduciendo la cantidad de comida que deseas te la comprime y te la da de vuelta en forma de billetes aplanaditos*.
(Nota del autor: que soy yo. El autor, que por cierto es un enfermo, plantea que la vida gira en torno a la comida y por lo tanto ésta, es el factor en que se mide la economía de un país, el estatus social de una persona, etc. Su especial visión de la vida, hace que todo lo que ve no sea más que una transformación de los propios alimentos. Es como cuando aprendes un segundo idioma y para expresarte en él, haces la traducción mentalmente).
Sin embargo, al revisar el calendario observas que has pasado del fatídico día 20 y un mes más tendrás que volver a tirar de la visa; el problema es que este mes ya llevas tirando de ella desde el día 5.
Surge una conversación con nosotros mismos, es decir, con esa personita que somos nosotros mismos y que nos habla de manera cabal y a la que nosotros siempre respondemos como imbéciles de manera realista.
(personita) No importa, soy una persona con recursos.
(yo mismo) Sí pero a día 20 ya me los he gastado todos.
(p) No, recursos de los otros.
(y) No sé de que me hablo.
(p) ¡Que uses la cabeza que para eso la tienes!.
(y) No me gusta comer pelo.
Como ya hemos sacado de quicio a nuestro otro yo a partir de ahora tendremos que buscarnos otro.
En una fugaz visita a la nevera y al despensero, descubrimos que una vez más se nos olvidó hacer la compra. Es lo que suele pasar cuando vas a comprar a uno de esos grandes supermercados y empiezas a ver lo que ofrecen los restaurantes que hay en el interior de ellos, que al final te vas sin comprar porque te has gastado todo el dinero en los propios restaurantes. A lo mejor, la próxima vez tengo que hacer la compra primero y después pasarme por los bares. Prometo que lo intentaré (es lo que suele pasar en situaciones críticas de este tipo en las cuales nos hacemos una colección de promesas para incumplirlas posteriormente).
Rebuscando, conseguimos hacernos con una lata de anchoas y unas cuantas galletas, así que comenzamos a crear combinaciones culinarias con ellas: De primero, anchoas y de segundo galletas; no mejor de primero galletas y después las anchoas. Problema resuelto, si es que cuando quiero, resuelvo cualquier situación.
Cuando son las 12 de la mañana y te quedan unas dos horas para poder comer, ya te has comido lo que llevabas en forma de bocadillos de galletas con anchoas y las vas a pasar canutas.
Es en ese momento cuando te das cuenta del cinismo reinante en todas las oficinas. ¿Cómo puede ser que un lugar en el que pasas la mitad de tu vida para poder ganar el dinero que te permita comer la otra mitad, no existan soluciones a este tipo de problemas?. Y el problema no es que no las haya, es que pienso que las han debido quitar. Poniendo un ejemplo, si acostumbramos a chupar los extremos de los lapiceros, ¿cómo es posible que estos vengan con una goma de borrar?. Yo creo que inicialmente éstos venían con algún tipo de gominola de larga duración y que posteriormente la sustituyó alguien con muy mala leche; de hecho ¿has usado alguna vez la goma de borrar de lo lápices? y sin embargo, ¿cuantas veces te has sorprendido con ellos en la boca?.
La oficina debería adaptarse a las necesidades alimenticias del personal que trabaja en ellas; disponiendo para este tipo de personas, útiles como sellos con sabores, capuchones de bolígrafos de gominola, clips de regaliz, etc. y no sólo por el aspecto alimenticio sino por el económico: si los clips con los que sujetamos los papeles fueran de regaliz por ejemplo, no los doblaríamos cada dos por tres y los tiraríamos a la basura sino que nos los llevaríamos a la boca y ya se sabe que el azúcar nos convertiría en trabajadores felices y perfectamente alimentados con lo que nuestro rendimiento aumentaría.
Después de esta divagación de contenido filosófico continúo con la historia donde la habíamos dejado.
Bueno (piensas) siempre hay compañeros que se traen la comida de casa, habrá que acercarse a ellos.
Llega la hora y buscas con desesperación a aquellos compañeros con los que nunca hablas y que se traen la comida de casa, hoy habrá que darles conversación. Es increíble como una oficina puede convertirse rápidamente en un restaurante. La gente empieza a sacar papeles para poner encima la comida como si fueran manteles e incluso alguno, creo que aprovecha para resolver lo que han escrito en ellos como si de pasatiempos se tratara.
Te aproximas al grupo en cuestión, porque la gente tiende a agruparse para comer y disimuladamente comienzas la conversación con el que veas que tiene una comida más lamentable. No es bueno acercarse al que más y mejor comida tenga pues descubrirán rápidamente tus intenciones.
No suele ser difícil comenzar conversaciones con este grupo pues al verte a horas de comida sin hacerlo, todo el mundo siente una enorme curiosidad por saber que estás haciendo, no vaya a ser que te hayan encargado un importante proyecto del que nadie se ha enterado... Además éstos grupos suelen ser bastante extrovertidos y les gusta hablar cuando están comiendo ¡es que no saben que para eso está la sobremesa!, parece como si les gustaran los actos masoquistas de dejar de masticar para sugerir algo, retrasar el próximo mordisco e incluso muchas veces en algún tipo de discusión acalorada, enseñan al resto el estado de los alimentos a la mitad mismo del glorioso proceso de masticado.
(alguno del grupo) Hoy no comes
(yo) No, es que no me encuentro demasiado bien (Eso, eso es importante que bajen las defensas pensando que tienes algún problema de estómago).
(otro del grupo) Pues tienes que estar muy mal para no comer hoy.
(yo) (A ti te la guardo, tú serás mi próxima víctima) Sí, es que me sentó algo mal en la cena.
(el cotilla del grupo) Si yo te he visto comerte antes unas galletas con anchoas a media mañana.
(yo) (Le mato tú serás mi próxima víctima. Creo que eso ya lo he dicho antes que ya había escogido otra víctima. Bueno pues tú serás mi segunda víctima). Claro, es que el médico me ha recomendado pescado azul y alimentos sin demasiado agua.
(otro) Me imagino que el médico se referiría a pescado hervido y lo del agua no sé para que será
(yo) (Ya estamos con el empollado de las revistas del corazón y sus apartados del "médico responde". Lo primero es que ni he ido al médico ni lo haría, haber que le importa al señor ese de la bata mi vida privada con la comida). A ver si tienes razón (ahora se siente satisfecho el jodío, tu serás otra víctima).
(una chica) Pues siéntante con nosotros y nos haces compañía. (sí claro, me encanta ver a la gente comer, bueno, la verdad es que sí, pero cuando una vez más he terminado antes que el resto).
Es en ese momento cuando conviene sacar algún tipo de conversación acerca de los regímenes, de la obesidad en España, del colesterol, contando algún caso de alguna grave enfermedad acaecida a algún familiar cercano.
(yo) Oye, que pinta tiene eso, ¿seguro que te lo vas a comer? Me ha parecido hace un rato que se movía (señalando a un apetitoso sándwich de paté).
(propietario del sándwich) No sé quizás, al final ...
(yo) (Maldito, se me está resistiendo).
Aprovechas para identificar algún olor de algo que aún no haya mostrado su propietario por ejemplo unos filetes de cerdo empanados y guardados en un tuperware (es que tengo un olfato de fino).
(yo) Desde luego, nunca comería filetes empanados pues el aceite al mezclarse con el pan rallado forma costras en el interior del estómago de las que nunca te podrás deshacer, además el aceite produce espinillas (me encanta el aceite pero de vez en cuando conviene renegar de la comida para poder satisfacer tus propias necesidades, de comer, claro está).
Es necesario también alabar los alimentos de alguno de ellos pues siempre hay un ofrecimiento que abrirá paso al resto.
(yo) Qué buena pinta tiene ese pollo asado con pepinos.
(pollotario, de propietario de pollos) No son pepinos, son patatas fritas. ¿quieres probarlo?.
(yo) No se si debería, no me encuentro demasiado bien (al mismo tiempo que le estás enganchando un muslo). Pues mira, creo que me está asentando el estómago y empiezo a tener hambre.
No falla, en el momento en que las personas oyen la palabra "hambre", se vuelven generosas. Se deben sentir como si dieran de comer al pobre necesitado, como si iniciaran una campaña por Ruanda o algo así.
Termino con una colección de manjares (filetes empanados, pollo, etc.) parece que la oficina se ha convertido en un bufet libre y por supuesto me niego a darles conversación hasta que termine de comer. ¿Que habrá para el postre?
Varios días después, la gente no se cree lo de mis repetidas dolencias estomacales y comienzan comentarios de lo gorrón que soy y otras cosas que no quiero repetir. Incluso alguno de ellos come en el servicio, otros se tapan con cajas para que no vea que están comiendo y sobre todo, el grupo se ha disuelto. Pero ya es día 31 "Santa Cobranza".
Volví al hipermercado y claro, comí en un restaurante pero como era primero de mes pude comprar alguna cosilla.
A diferencia de las mujeres, los hombres somos mejor cocineros, no por saber, más sino por saber administrar los recursos de los que disponemos. Por ejemplo, gambas a la plancha; si no dispones de una plancha de acero en condiciones, ¿por qué no usar la plancha de la ropa que además dispara un chorro de vapor?. Sí, mi novia luego reniega de mí porque dice que ahora la plancha se pega a la ropa pero ¡y lo bien que huelen ahora mis camisas!.
Así empezó mi etapa culinaria en la oficina, con algún rechazo por parte de mis compañeros sí, pero yo como comida.
La cafetera, maravilloso invento, sobre todo la de mi oficina. Te ofrece agua caliente con la que hacer deliciosas sopas de sobre, por cierto, que ahora el café tiene un delicioso regusto a pollo que hasta te dan ganas de ponerle picatostes. Dispone además de una base con la que mantener el café caliente; increíble como quedan las lonchas de bacon, ¡que bocadillos!. Y con el agua caliente que sale, hasta he conseguido calentar latas de comida; ¿que más se puede pedir?.
Después de unos meses quejándose mis compañeros de trabajo. Ellos mismos, han decidido hacer un fondo para la compra de un microondas pero eso ya es la tercera parte del relato.
3º paso. El microondas es bueno.
Mis únicos conocimientos acerca del microondas, los aprendí en la película de los Gremlins, cuando el protagonista metía a uno de ellos y éste reventaba; por otra parte y ya que en la oficina, no había Gremlins, al menos a la vista, tampoco era de recibo meter a algún compañero y es que una de dos, o hacen los microondas muy pequeños o a los compañeros muy grandes.
El caso es que, alguien tuvo la feliz idea de comentar delante mío, que no se debían meter huevos porque éstos estallaban de manera escandalosa... Tuve que emplear dos ya que tratando de hacerlo de manera discreta y silenciosa, aproveché que nadie me miraba, abrí suavemente la tapa del microondas y arrojé el huevo dentro como si de una granada se tratase.
El efecto, como era de esperar, fue la inmediata rotura del huevo con la propia caída. Deposité el segundo huevo, cerré suavemente, lo encendí y salí huyendo. Al cabo de unos minutos el efecto no fue el deseado, la encargada de planta descubrió mi brillante experimento y lo paró a tiempo de poder comprobar sus efectos.
Su transformación de eficaz responsable a investigadora privada, fue inmediato; mientras yo trataba de buscar un papel o algo que me ayudara a limpiarme las manos me preguntó si era yo el responsable.
Por supuesto, no solo negué los hechos sino que me mantuve impasible sin alterarme lo más mínimo, al mismo tiempo que criticaba al posible sujeto que había realizado semejante barbaridad. Tanto me metí en el papel de inocente, que sin darme cuenta, puse las manos en el teclado como si siguiera trabajando y el caso es que, los dedos no hacían más que resbalar por el teclado gracias a la clara del huevo. Sin embargo, ella no se percató del viscoso líquido que transpiraba de mis manos e inmediatamente después, pasó al interrogatorio del siguiente sujeto que por allí apareció.
Más me costó explicar al responsable de mantenimiento cuál podía ser el origen de la sustancia que ahora impedía la correcta pulsación de las teclas y su conclusión final fue, que por favor no comiera delante del ordenador.
Una vez finalizada la época experimental, comencé con la práctica; ésta pasó de los calentamientos de vasos de leche, platos preparados, descongelaciones y el descubrimiento de que muchos de los productos que nos venden como cocinados, en realidad no lo están. Esto me ocurrió con croquetas congeladas que presentaban un delicioso aspecto de frito en el exterior de la bolsa y una vez abiertas, su verdadero color era un blanco mortecino. Por más que las dejaba en el microondas, éstas no cambiaban de color y como mucho, reventaban convirtiéndose en un puré de bechamel. El caso, es que no sabían demasiado mal.
Descubierto que lo que aparece en las fotos no es lo que te dan, probé a someter a los efectos del microondas otro tipo de productos como los espárragos, la nocilla, el jamón en lonchas, quesos, helados y mi mayor fracaso, las tartas... Sí "amigüitos", metí una tarta en el microondas porque me parecía que estaba demasiado fría; el caso es que la tarta estaba echa de una especie de mousse de fresa y en menos de 30 segundos, ésta se convirtió en un delicioso caldo de tan apetitosa fruta.
Otro tipo de experimentos que llevé a cabo, fueron los de sobrecalentar vasos de agua o leche logrando así comprobar el efecto de la ebullición inmediata en los microondas. El caso, es que si calientas mucho un vaso de leche, lo sacas y le echas por ejemplo, una cucharada de azúcar, el contenido comienza a hervir como un poseso y se sale del vaso. Broma ideal para compañeros de trabajo a los cuales les hace mucha gracia salvo cuando tienen el vaso sujeto con las manos aunque eso sí, consiguen la baja por unos cuantos días.
Como la experiencia es un grado y el hombre es el único animal que tropieza dos veces, pues cometí los errores unas tres o cuatro veces más que menos y ahora dispongo de numerosos grados de experiencia reflejados en quemaduras y otros tipo de cicatrices (cada uno aplica los refranes como le da la gana y no se dice nada de si los grados de experiencia son niveles o grados centígrados). Sin embargo, he aprendido a ahorrarme mucho tiempo empleando técnicas que de otra forma, no me hubieran enseñado, como por ejemplo, para qué trocear champiñones si ya lo hacen ellos mismos en el microondas ¡y de qué manera!.
Decididamente, el entorno laboral no satisface las necesidades personales, así que, decidí comprarme por fin un microondas para mi casa (después de haber roto tres en el trabajo), y dejé las experimentaciones para el curro porque haber... ¿no debe de tener una empresa una área de I+D (investigación y desarrollo)?, ¿no se debe investigar en los trabajos acerca de otras áreas donde introducirse? (aunque en mi caso, trabajaba para un despacho de abogados y no veían bien como área de desarrollo la cocina), ¿no se debe fomentar entre los trabajadores la formación y más cuando resulta gratuita para la propia empresa? (sigo sin entender porqué en el bufete de abogados, no se llevó a cabo la creación de un área culinaria cuando había una de fiscal, laboral, ...).
4º paso. El microondas en casa. Un amigo con quién charlar.
Aunque ya había tenido alguna experiencia previa con el microondas, seguía siendo para mí un perfecto desconocido. De repente un día, no sabes como ocurre pero descubres en él algo más. Es como cuando hablas con tu carnicero acerca de como "viene" hoy la ternera (para sugerir lo reciente que es su carne emplean términos de movilidad, "viene muerta pero andando"), ¡mira que criadillas tengo!, ¿has visto estos riñones?, ... y un día, cuando se está limpiando la sangre que le escurre por los brazos, va y te suelta que cree que la interpretación de los sueños de Freud está equivocada, que él siempre ha pensado que el vino de Chíos era mucho mejor que el de Turdetania durante las invasiones de los griegos, fenicios y cartagineses; que a su nuevo cactus le ha puesto el nombre de Sleipnir (el caballo de Odín) porque se balancea cuando el furioso viento arremete contra su cresta en las remotas mañanas de la fría Segovia.
Es en ese momento cuando descubres que no estás a su altura intelectual y comienzas a invitarle a todas las tertulias filosóficas que estableces con los amigos los domingos por la mañana junto a unas 6 ó 15 rondas de cañas.
Así ocurre con el microondas. Un día sales a comprar ese útil electrodoméstico y cuando lo ves, tus piernas tropiezan con su cable, tus brazos lo abrazan antes de que caiga al suelo y tus ojos se cruzan con el precio que hay pegado en su puerta. Lo sabes, ya te lo dijo tu madre, un día ocurre y no lo puedes evitar... te has enamorado. ¡11.500 pelas! ¡¿sólo?! no me imaginaba que fuese tan barato.
Pero como todas las relaciones de amor, siempre hay alguien que se interpone: el vendedor.
Vendedor - Buenos días, ¿qué deseaba?.
Yo - "Este" microondas (satisfecho porque sabes que le quieres).
Vendedor - Tenemos otros con un precio algo superior pero mucho mejores.
Sacando un diccionario de sinónimos que siempre llevo cuando voy a comprar algo, empiezo a buscar... El vendedor mosqueado ante semejante situación comienza a dudar si irse pero la curiosidad y la posibilidad de una venta le obligan a preguntar:
Vendedor - Perdone, ¿me podría decir por qué ha sacado un diccionario de sinónimos? ¿es usted extranjero y tiene problemas con el castellano?.
Yo - Pues creo que sí, tengo 30 años y supongo que empezaría a hablar el castellano desde el año o año y medio... aún así, sigo teniendo mis dudas, por lo que ahora estoy buscando sinónimos del adjetivo demostrativo "este" a ver si hay alguno que de lugar a una posible mala interpretación...
Vendedor - Si, claro... pero es que me gustaría enseñarte algún otro como el que tienes a tu espalda, que lleva grill y sólo cuesta 65.000 pesetas.
Yo - Bueno, la diferencia es de ¡sólo! 53.500 pesetas, quizás me lo pudiera permitir pero, no lo quiero con grill.
Vendedor - ¡Ah bueno!, haber empezado por ahí.
Yo - Pero si yo sólo he empezado por el final, quiero pagar, llevarme este microondas e irme.
Vendedor - (no se da por aludido) Tienes, ¡claro!, dentro de tus necesidades, este otro que no lleva grill y ahora te sale, ya que lo tenemos de oferta, por 46.000 pesetas.
Yo - (empiezo a pegar saltitos en una especie de baile mezcla de claqué y jota aragonesa como muy nervioso) sí, sí, sí... y que tiene (siempre me gusta ampliar nuevos términos en mi diccionario).
Vendedor - Bueno, el interior está forrado con "tupaflex" una aleación ligera que se emplea en la fabricación de los cohetes espaciales. El portón, lleva un cristal de "mirrorviugüing" que permite ver lo que hay dentro al mismo tiempo que lo de dentro te ve a ti. Su cable lleva una protección plástica para que no se electrocute y además, se puede enganchar a cualquier enchufe de tipo "estándar". Ofrece un diseño adecuado para cualquier tipo de cocina en blanco y está disponible en multitud de colores aunque ahora sólo se puede adquirir en blanco. Sus mandos giratorios, permiten ser girados en ambas direcciones y dispone de un sistema de apertura antiniños, el cual sólo puede ser abierto pulsando este botón.
Yo - (como me va la marcha, le pregunto acerca de la marca) Y ¿qué me dice del fabricante?.
Vendedor - Bueno, como ya sabes es tecnología alemana y eso es un punto a favor (tapando la etiqueta de "Made in Corea") además se te ofrece asesoramiento gratuito de cómo enchufarlo y si tienes problemas, en un plazo de 6 a 12 meses, un técnico se acerca a explicarte todas las dudas que tengas y no estén incluidas en el manual. Dispones además de una garantía de 3 años en mano de obra para roturas fruto de mala fabricación, teniendo a tu cargo solo los portes a Alemania y las piezas que haya que reemplazar.
La coletilla la pone cuando culmina su perfecto y estudiado discurso, aunque eso sí, dudo que se haya parado a interpretarlo, cuando finaliza con un: "aunque claro para calentar sólo la leche, que es lo que hacemos todos, no creo que tengas ningún problema".
Entonces ¿para qué me ofrece algo que cuesta 31.000 pesetas más del que había elegido?.
Personalmente, estoy convencido que los vendedores sufren algún tipo de excitación sexual cuando aplican su verborrea y seguro que llegarían al climax a no ser que les sueltes la siguiente frase: "Pues no sé, casi que me quedo con el que había elegido al principio. Total, tampoco creo que le saque mucho partido", es entonces cuando sufren un "coitus interruptus".
Vendedor - (Negándose a aceptar que han finalizado nuestras relaciones sexuales). ¿Estás seguro?.
Yo - ¡Sí!.
Vendedor - ¿De verdad, de verdad?.
Yo - Que sí.
Vendedor - Es que... bueno usted sabrá lo que hace.
Es el momento en que después de lo que hemos pasado juntos, me trata de usted e intenta hacerme sentir culpable. Tanto compadreo ha finalizado y empieza a verme como un enemigo. Por supuesto que trataré de cabrearle un poco más...
Yo - Sí, lo he decidido, me lo llevo. ¿podría darme uno?.
Al cabo de un rato, el vendedor sale del almacén con una aparatosa caja que casi arroja a mis pies.
Yo - ¿Me lo podría abrir para ver que no falta nada?.
Con cara de circunstancias saca una "mariposa" (navaja oriental que almacena el filo dentro del mango) mientras empiezo a pensar que va a ver que cortarse un poco pero viendo que hay bastante gente en la tienda y que no creo que me vaya a hacer nada con tanto público, continúo.
Yo - ¿Lo prueba para ver si funciona? (se comienza a poner colorado al mismo tiempo que, estoy seguro, piensa en volver a sacar la navaja).
De nuevo e hora de poner la guinda con un: "¿Me lo en envuelve? es que... es para un regalo". Ahora sí, ya se que si en ese momento quedáramos sólo él y yo en el mundo, se podría dar por finalizada la comunicación humana.
A la hora de pagar revienta cuando le comento la posibilidad de pagarlo a 6 plazos sin intereses como indica su publicidad.
Vendedor - Es para compras superiores a 50.000 pesetas (apretándose los labios, tagrando saliva y cerrando fuertemente los puños).
Yo - Bueno, el cartel no dice nada. Así que...
Vendedor - Me tiene que traer una nómina.
Yo - Mira por donde, ¡siempre llevo una encima!
Vendedor - Necesitaría un contrato.
Yo - Nunca salgo sin él.
Vendedor - Aquí no pone que sea fijo.
Yo - No, pone que tengo un contrato indefinido.
Vendedor - De todas formas, ¿cómo no va a poder pagar usted una cantidad tan pequeña?.
Yo - Bueno, ese no es su problema.
Vendedor - ¡Ya!.
Finalmente accede y me entrega el microondas, mi tarjeta y el ticket. Como esto no va a quedar así le pido que me selle la garantía.
Vendedor - Sí, cuando tenga el recibo, viene un día y se la sellamos.
Yo - Volviendo a enseñarle el ticket le digo: "ya he vuelto, aquí está mi ticket y quiero que me selle la garantía".
El vendedor saca un sello de un cajón y lo golpea contra la garantía viendo mi cara en ella. Lo hace de tal forma que hasta en la caja registradora empiezan a salir caracteres extraños.
Decidido, me vuelvo corriendo a casa para probar mi nueva adquisición. Llego, abro impaciente la caja como si de un regalo se tratara y... sorpresa, ¡no me esperaba esto! ¡que detalle has tenido! desde luego... ¡mira que tenía ganas de tener uno de estos!.
De vez en cuando uno se merece un capricho y si se lo toma como si fuera un sorpresa pues... gusta más. Además cuando un regalo viene de tí mismo, sabes que viene de la persona que más te quiere.
Coloco inmediatamente el microondas encima de la repisa de la cocina, lo enchufo, lo miro, lo remiro, me quedo pensativo un rato y sin poder contenerme me echo encima de él abrazándolo. El sentimiento fue mutuo puesto que al mismo tiempo que me acercaba a envolverlo en mis brazos, el microondas abrió su puerta golpeándome en la barbilla. ¡Se había desprendido el cierre del portón!.
Después de recuperarme del susto, pude descubrir que el enganche que sujeta la puerta del microondas se había soltado y tenía dos opciones: O volver a la tienda con el tío ese de la navaja o tratar de arreglarlo por mí mismo.
La primera opción era bastante descabellada porque de seguro que el de la tienda emplearía la navaja nada más entrar. Así que opté por la segunda que es a la que siempre recurrimos cuando no nos apetece movernos de casa. Armado de multitud de herramientas (destornilladores, alicates, martillos, buscapolos, llaves inglesas, ...) me dispuse a la feroz lucha del "arreglo del electrodoméstico".
No se porqué pero cuantas más herramientas disponemos, de menos necesitamos; y además de las que necesitamos, siempre empleamos otro tipo de útiles como cuchillos, clips, abrecartas, etc. Porqué será que cuando vas a desatornillar un tornillo, nunca dispones del destornillador apropiado.
El comienzo de un arreglo siempre pasa por quitar la multitud de pegatinas que te ponen para que no puedas abrir el aparato sin que pierdas la garantía. Al principio, cuidadosamente, empezamos a arañar poco a poco las pegatinas y finalmente terminamos cortándolas con cualquier cuchillo que tengamos a mano como si fuéramos luchadores japoneses con la katana.
Después viene el terrible momento de la búsqueda del tornillo perdido. Localizas los tornillos visibles y comienzas a desenroscarlos. De vez en cuando, suele suceder que se oye caer algo en el interior del aparato pero eso a tí no te preocupa.
Cuando por fín hemos quitado todos los tornillos, siempre hay uno que impide la total apertura del aparato. Comienzas a hacer palanca por todas partes para su localización y descubres una misteriosa placa metálica que te indica que más vale que no la toques o que te morirás electrocutado ... ¡a por ella!.
Efectivamente, ahí estaba el último tornillo y satisfecho compruebas que el electrodoméstico que habías comprado se ha convertido en un increíble puzzle. Ahora puedes comprobar lo que sienten los niños cuando juegan con los "transformers", esa especie de robots que se convierten en cohes y cosas...
Ahora comienza un pequeño período de reflexión. Abres la nevera pensando que hubiera sido más fácil desmontarla a ella, cojes una cerveza, pensando también que hubiera sido más fácil abrir la lata, lo compruebas, te quedas mirando al microondas y te sobreviene el período de crisis. ¿Por qué he abierto toda la caja del microondas cuando sólo tenía que haber desmontado la puerta?.
En un momento de crisis como ésta, no hay más que desandar los pasos así que, te bebes otra cerveza, pones el tornillo que estaba oculto detrás de la chapa, vuelves a quitarlo para sujetar lo que se había soltado en el interior del aparato y pasito a pasito observas con tres tornillos en la mano, que vuelve a estar como al principio.
Por fín, ya has conseguido sujetar el cierre del portón ayudado de un poco de cinta aislante mientras piensas que una fuga del interior del microondas tampoco debe ser tan mala; al fín y al cabo mira lo que le paso a la "masa" o a spiderman, y de hecho, te puedo asegurar que no ocurre nada. Yo, después de someterme a largas sesiones de radiaciones, dispongo ahora de un tercer brazo; aunque lo malo es que se me ha roto el culo y ahora lo tengo con una raja por medio, aunque no se si esto ya me venía de fábrica.
Con tu nuevo microondas comienza una nueva etapa de tu vida que jamás olvidarás.
5º paso. Conociendo al microondas.
Tras las primeras pruebas de calentamientos quieres más. Te lees el manual que viene en perfecto inglés, (¡oye! sin una sola falta), en alemán, francés, griego, italiano y "terminator". Te encuentras frases del tipo: "arremeta el botón hasta el fondo", "conecte el aparato al aplicable", "el 'timer' programable", etc. y no consigues explicarte quién ha podido traducir semejante panfleto.
Poco a poco, día tras día, te das cuenta que ese extraño ser, forma parte de tu vida. Tu conversación con el microondas ya es fluida y observas que detrás de esa fría chapa metálica, ¡hay algo más!.
De hecho, comienzas a pensar que es el único que te escucha o al menos, el único que no te interrumpe cuando hablas. Piensas que no es normal tanto aprecio desinteresado (a ver a quien cuando le meten un dedo en el ojo abre sus brazos para quererte, que es lo que le pasa al microondas cuando le pulsas el botón de apertura, abre sus puertas como si te estuviera poniendo la otra mejilla, oferciéndose a tí, diciendo tómame), y sobre todo cuando los únicos cariños que le brindas es pasarle una balleta por su interior.
Así, te decides a investigar sobre él, a interesarte por su pasado, y descubres un hecho curiosísimo que refuerza mi teoría de la comida en la empresa.
Por lo visto, parece ser que un tal Herbert Spencer descubrió las microondas. El caso es que no se si éste u otro tipo que trabajaba junto a un rádar, pues que al dejar cerca una chocolatina, se dio cuenta que se había fundido. ¿Lo véis? alguién que se lleva comida al trabajo y descubre semejante utilidad y no un camarero ni un abogado que se lleva la comida en su maletín, sino un operador de rádar que se supone que debería estar prestando constante atención.
El caso más cercano que conozco, y del que estoy seguro que aparecerá un invento de semejante utilidad, es el de un programador de un importante banco al cual le chiflan los "ganchitos" (una especie de aperitivo rosado). Este pobre hombre sufre una enorme impotencia puesto que el contacto con los grasosos "ganchitos" le impiden una correcta pulsación del teclado sin mancharlo de tan resbaladiza sustancia. Así que, muy habilidoso él, se sirve los ganchitos en una especie de enorme vaso (como los enormes de las palomitas de los cines) y se los come directamente con la boca. Es un espectáculo verle trabajar y comer al mismo tiempo y ahora su problema ya es sólo el de las manchas en la camisa, que lo soluciona llevándose la corbata hacia atrás mientras come y tapando con ella las manchas rosadas una vez que ha terminado. Como la camisa ya la tiene manchada permanentemente, emplea la parte de atrás de la corbata para limpiarse la barbilla y así poder acudir a cualquier importante reunión. Al fín y al cabo, los nuevos problemas surgidos, no le impiden la eficaz realización de su trabajo.
Más adelante, te dedicas a comprar todos los libros cuya portada lleve alguna palabra que ponga "micro": "Microondas para el hogar", "Cocina rápida con el micoondas", "Platos sencillos con el microondas", "Las mil y pico recetas al microondas", "Microcirugía en los hospitales públicos", "Aprenda a microfosilizarse", ... con lo que consigues ampliar tu pequeña biblioteca con 15 libros más de los cuales 5 no te sirven para nada y los otros 10, nunca leerás.
Posteriormente, comienzas a preguntar a la gente si sabe de recetas para el microondas y observas que nadie lo emplea para hacer platos sino para calentar la leche o descongelar cosas. De hecho, recuerdo haber leido en cierta revista una encuesta entre responsables de empresas que distribuían microondas y uno de ellos, el que no mentía, comentaba que a él le venía muy bien programar el aparato por las mañanas y encontrarse el café calentito a la 7:30. Pero ¿cómo unos señores que venden estos aparatos no los emplean como es debido? (a ver si es que ellos no se fían de sus propios controles de calidad) y que uno de ellos descubra que lo interesante es poderlo programar para que empiece a funcionar a determinada hora.
Así que después de una interesante selección de platos realizados por tí mismo, comienzas con la campaña a favor del microondas.
6º paso. La campaña a favor de los microondas: "El
microondas es bueno. ¡CUÍDALO!.
Tú lo sabes, eres quien tiene la información luego eres quien
tiene el poder. Sexo, futbol, política,... ¡bahhh! todo eso ya
son vanalidades para tí.
Así comenzó mi pérdida de amigos y mi nueva colección
de amigas. Imaginaros, un buen partido de fútbol, todos gritando con
un litro de cerveza en la mano y tú preguntándote si los espaguetis
con cerveza saldrán buenos; es más, y si meto los espaguetis directamente
en la botella y todo ello en el microondas ¿funcionará?. El problema
surge cuando a partir del tercer litro de cerveza estas preguntas comienzas
a hacértelas en voz alta y además, te respondes, cosa que sienta
muy mal a tus amigos que empiezan a preocuparse por tu nueva orientación
sexual. Al cabo de un rato, todos dejan de mirar el televisor y a gesticular
extrañamente llevándose un dedo a la sien como si con un palillo
para los oídos se la estuvieran limpiando.
Momentáneamente vuelves a la realidad y te percatas
de tan triste asunto cuando a alguien se le ocurre el comentario de "vete
a hablar de cocina con las mujeres y así que te enseñen a hacer
ganchillo..."
Bueno pues así lo hice, me fuí con ellas pero sospecho que estaban
hablando de cualquier cosa menos de cocina porque al llegar yo tambaleándome
como una coctelera, pararon de hablar y se quedaron en el más profundo
de los silencios.
Desgraciadamente, una cuidada educación machista me hizo sugerir el tema
de la frescura de los alimentos tratados con los nuevos conservantes así
como de la recreación culinaria aplicada a las ciencias exactas (para
eso ya era yo un auténtico profesional ¿no?) y volví a
la situación de las talaradoras en las sienes solo que al menos en esta
ocasión no me echaron sino que se limiataron a ignorarme completamente.
Pero ¿por qué nos han hecho creer a los hombres que la cocina
interesa a la mujer?, ¿por qué siempre hemos creído que
nuestras dudas culinarias las resolvería alguien del otro sexo?. ¿por
qué la toalla es suave y tú no?... recordar que estaba bajo los
efectos de 3 litros de cerveza y tampoco soy muy dado a los monográficos
cerebrales.
Al cabo de tres cuartos de hora interrumpiendo esporádicamente con preguntas
y afirmaciones a las que se me acusaba de obseso...: "pues que a mí
se me quedan los huevos como duros, o sea los que llevan como rizado alrededor,
vamos los fritos", "... es que yo hago unas comiditas en la oficina,
el otro día a la secretaria, ternera con gambas", "pues sí,
que así sólo con el delantal gano mucho..., ya ni me mancho";
así que al final parece que las empieza a atraer el tema (no sé
si por las posibilidades eróticas del mismo) y comienza un nuevo campo
para ellas en el que tú eres su maestro y mentor.
La situación al final se pone tensa porque los efectos degenerativos
de la cerveza empiezan a apaciguarse y tus amigos no te dejan entrar a por más,
por lo que del estado de asexualidad en el que te habías sumido empieza
a desaparecer y terminas tú relacionando las preguntas con el erotismo:
"¿y qué le puedo hacer a mi novio en la cocina que le guste?",
"¿tú crees que me cabrá un enorme pepino en mi pequeña
freidora?", "no sé pero a mí es que un buen salchicón
me pone...".
Al final terminas arañando la puerta donde están tus amigos para
que te den otro litrito de cerveza.
Pero bueno, uno es fuerte y se da cuenta que la sociedad a la que hemos llegado
nos ha excluído definitivamente. De cocina sólo se puede hablar
con profesionales y poco. Aunque te empiezas a dar cuenta que es que en realidad,
te has convertido en un visionario, el George Orwell de la gastronomía,
el Julio Verne de los electrodomésticos, el foco de saber que antes ocupaban
los monasterios, ¡ESE ERES TÚ! y aunque el hombre reniegue de tí
cuando cante el gallo, volverás a salvarle de sus errores. Padre cocina,
¡perdónales porque no saben lo que hacen!.
En tal lamentable estado intelectual de egocentrismo y narcisimo, me encontraba
yo, conmigo mismo, mi amigo invisible que me calificaba mis platos como "magníficos,
exquisitos o supremos" y mi barriga que confirmaba el hecho que aún
me faltaba ojo para calcular medidas.
Poco a poco he ido corrigiendo lo del egocentrismo, bueno más bien a
ocultarlo, lo de la barriga, ¡no!. Así que decidí bajarme
al nivel de los mortales y practicar mis doctas enseñanzas,
Desde luego que a parte de encontrar las palabras adecuadas, debes de saber
donde decirlas como me ocurrió con cierto compañero de oficina
que me invitaba a una lamentable hamburguesa en un lamentable establecimiento
americano.
- Yo - ¿Pero tú te das cuenta de lo que comes en estos sitios?.
- Amigo - No.
- Yo - Pero si es que esto te tapona las arterias, no como una buena fabada
con su tocinito, su chorizo y eso.
- Amigo - Pero si también es grasa.
- Yo - Sí, pero no la misma, es grasa benigna de la que se queda en las
paredes y ayuda a que fluya mejor la sangre.
-Amigo - Si tú lo dices.
- Yo - No es que lo diga yo, lo demuestran los hechos. ¿Cuántas
veces ha ido tu abuelo al médico cuando vivía en el pueblo y mira
ahora que está en la ciudad?
- Amigo - Es que antes le pillaba el médico a 15 kilómetros.
- Yo - ¡Claro! porque antes no se necesitaban tantos, gracias a la buena
comida.
- Amigo - Pues vale.
- Yo - Desde luego, así nos va, comiendo mierda y encima pagando un huevo
por ella.
- Amigo - Sí, pero que dice este señor que le pidamos algo y que
paguemos de una vez.
Sin darme cuenta, habíamos llegado al principio de la fila y llevábamos
un rato con la conversación delante de un camarero con un estúpido
gorrito y un ceño tan fruncido que parecía tener una sola ceja.
Para eliminar la tensión frente al camarero y con muy poca habilidad,
se me ocurre decirle: "¿las patatas las fríen con aceite
vegetal? ¿podría ponerme un poco de orégano?" pensando
que el aspecto aparentemente intelectual de las preguntas le motivaría
y le haría darse cuenta que se encontraba ante un profesional, a lo que
me respondió: "ni lo sé, ni me importa. A mí con que
pidan y me paguen me importa un huevo si se lo comen o no, y en cuanto al orégano
busque entre sus uñas". No sólo le tiré todas las
servilletas y las pajitas que tenía en el mostrador sino que muchos de
los asistentes siguieron mi ejemplo de salir corriendo del local o al menos
uno que llevaba una especie de uniforme y que debía ser de una agencia
de reparto de Prosegur o algo así.
Sí, había añadido una nueva meta en mi vida, la de defender
al microondas y la de atacar a los establecimientos de comidas rápidas.
Yo sabía que toda la fuerza, toda la energía que necesitaba para
emprender mi cruzada, sólo me la podría dar mi fiel amigo el microondas.
Me senté delante de él, le miré fijamente a la compuerta
y pasados unos minutos me percaté que eso no servía para nada.
Decidí entonces apoyar las palmas de mis manos en su suave lomo, disponer
un rictus como de concentrado y poseído al mismo tiempo, y al cabo de
otros tantos minutos llegué a la conclusión que tenía que
limpiarlo un poco porque se me habían quedado pegadas las manos. Meter
la cabeza dentro me resultaba un poco incómodo porque si estaba sucio
el exterior, ni imaginaros como estaba el interior y terminar teniéndome
que duchar no estaba dentro de mis planes, al menos esa semana. Por lo tanto,
decidí dejarlo para antes de la próxima ducha que sería...
bueno cuando fuera, pero el caso es que no me volví a acordar de lo de
meter la cabeza.
Comencé con mi plan de acción. Lo primero que necesitaba era la
financión apropiada como lo necesitan todas las grandes campañas
políticas. Descartado, no tengo un duro y dudo que alguien quisiera dármelo.
Una buena idea. Sí esa la tenía, pero se me olvidaba con cierta
frecuencia, así que decidí escribir una enorme pancarta con el
texto "El microondas es bueno. ¡CUÍDALO!"
así ya no se me olvidaría. Si es que no hay nada como aprender
del resto o es que ¿las pancartas en las manifestaciones no son para
eso?, para que no se te olvide lo que pides, ya te digo. Fijaos como las agitan
una y otra vez como diciendo al Manolo que va delante "que no idiota, que
lo que pedimos es esto, léetelo un poco, zoquete" mientras todos
gritan "Otan no, bases fuera", el Manolo "Focas no, pastas fuera".
Es que no es fácil pedir cuando pides tantas cosas.
Ahora ya solo me faltaba el carisma apropiado, la capacidad de no pasar desapercibido.
Por lo tanto, decidí abandonar todo lo socialmente correcto: higiene,
champú, desodorante, colonias, ... bueno era la excusa que necesitaba
para seguir sin usarlos pero vale. Al fin y al cabo a los hippies les había
servido, creo...
7º paso. Atacando las bases.
Había llegado un momento en el que mi entorno se me quedaba pequeño. También, era una cuestión de estética puesto que me habían partido la cara unas 7 veces más o menos con el consiguiente desigualado facial, me explico, me pegaban una santísima ostia en el lado izquierdo, y cuando venían a pegarme la siguiente paliza, yo pedía que se cebasen enl el lado derecho, con lo que la gente se alucinaba y al final, me libraba hasta que se me curaba de nuevo el izquierdo con el consiguiente puñetazo de nuevo al siniestro.
Posteriormente descubrí que otro señor había empleado la misma técnica y decía algo así como: "Cuando te suelten una leche en la mejilla, pon la otra..." el caso es que a él no le debió funcionar muy bien, ya que entre darle por un lado o por el otro al final, le atacaron por el frente y le crucificaron o algo así. Así, como uno aprende la lección rápidamente, aunque sea 2000 años después, cuando me venían a pegar una leche en uno de los mofletes, yo muy rápido me tapaba los huevos por si acaso.
Decidí que ya había practicado lo suficiente, aunque sin demasiados resultados, con los cercanos por lo que necesitaba expandirme a nuevas almas. ¿Dónde se reunían los intelectos de este país?, ¿dónde se encontraba la mayor acumulación de mentes de nuestra sociedad?, ¿en qué lugar se encontraba el pozo de sabiduría?... en el Metro (y nunca mejor empleada la palabra pozo).
Tenía que integrarme más con el personal y rápidamente me di cuenta que gracias a mi particular desuso de jabones formaba parte de ellos, todos olían igual de mal que yo. Así, provisto con un flamante abono de 10 viajes, comencé a impartir mi enseñanza. El primer problema con el que me econtré es que la gente es muy elegante y usa el metro para apenas una estación; esto lo noté porque apenas había comenzado mi charla enseguida me salían con la frase "perdone, pero es que me bajo en esta estación".
El segundo fue la peculiar sensibilidad de algunas personas, sobre todo en una ocasión en la que el vagón estaba abarrotado y había una chica agarrada a una de las barras, el caso es que me conseguí poner detrás de ella y la dije al oído: "¿Quieres practicar el buen uso de un microondas?" al mismo tiempo, el vagón se removió y yo me ví volcado encima de ella con lo que cuando pudo incorporarse me pegó un bofetón gritando: "Encima de cerdo, picha corta, no vá y me dice que si le quiero ver la micro polla...".
Lo que al final me decidió a bandonar el tema del Metro fue, cuando por fín, va uno y comienza a escucharme y a darme la razón en todo lo que decía. Más tarde, me empieza a contar que a él antes también le pasaba lo mismo pero que ahora ya estaba limpio. Son los efectos de los ácidos, me decía, y empezó a insistirme con que fuera a un sitio con él donde le había ayudado mucho. No sé porqué acedí ya que al final me econtré delante de la mesa de otro señor que me preguntaba: "¿Y cuánto consumes al día?". Pues no sé, lo normal, unas tres veces, contestaba. Ya serán seis, me correjía. No hombre, como voy a comer seis veces al día, apostillaba yo. ¿Y qué tipo de ácidos consumes?, preguntaba. ¡Que no consumo ninguna clase de ácido!, si acaso, los produzco cuando me meto mucha grasa, le reproché. Al final me sacaron de la especie de consulta dos amables policías, y lo que no entendí es que para hacerlo, se buscaran una excusa de no se qué denuncia por fabricación de estupefacientes. Mira que yo pensaba que los polis no se achantaban ante un tipo tan "rarito". Quizás sería un perturbado y no querían provocarle.
Estaba claro que las bases no era por donde debía continuar.
8º paso. A por la política.
El caso es que estaba viendo la tele cuando apareció un señor con bigotito en las noticias, gritaba mucho y gesticulaba aún más a un montón de peña,y encima, la peña aplaudía y le vitoreaba... enseguida comencé a reconstruir la escena en mi propia cabeza siendo yo el que hablaba a la gente pero, es que el bigote no me quedaba muy bien así que, decidí ir a buscarle para que fuera él el que hablara a la gente.
Recopilé toda la información que pude en internet y casí me termino aficionando a las páginas gays cuando al buscar "señores con bigote" me aparecían miles de coincidencias de señores fornicando con enormes bigotes... Al final, me enteré que dicho señor era el presidente del gobierno y que éste, ocupaba el puesto de otro que me parecía más resultón para mi campaña porque tenía la cara como algo más de pan. En fín, sino pillaba a uno, lo haría con el otro.
Al final me enteré que los dos señores trabajaban en un edificio que se llamaba Las Cortes y para allá que iba yo. Pedazo de edificio con dos pedazo de leones en la entrada, aunque luego se entrara por otro sitio y una vez más, mi imaginación volaba al ritmo de un avión... imaginaos ese pedazo de edificio con dos enormes microondas a la entrada con las puertas abiertas como si de fauces se tratase, ¡la leche!.
Tras varios días de espera frente a la puerta del edificio, pensaba que me había equivocado. Ya que aún no había visto pasar a ninguno de los dos a la oficina esa tan grande y, empezaba a arrepentirme porque me estaba dando la sensación que tantos días de baja no podía ser muy normal ,con lo que la conclusión era que, eran más bien vaguetes y no pisaban mucho por el curro.
Empezaba a hacerme un buen número de amigos, demasiado... cariñosos. Sí, porque de repente venía un señor con gafas oscuras que me empezaba a preguntar intimidades; luego, me pedía el DNI o el carnet de conducir, no sé para qué lo querría, me imagino, que para profundizar algo más en la relación de amistad y finalmente aparecía otro amigo suyo que me agarraba por detrás mientras el otro empezaba a toquetearme por todas partes e incluso, en las partes inapropiadas. Ellos lo llamaban cacheo pero a mí ese tipo de juegos me sonrojan bastante.
Así, día tras día, jugando al "que te cacheo", juego en el que nunca ganaba, porque ya aburrido de que siempre me quisieran cachear a mí, un día decidí adelantarme y en cuanto vino uno de los de las gafas, le tiré al suelo diciendo "hoy me toca a mí" y cuando le empecé a tocar la americana, puede descubrir una enorme pistola que no era tan grande como con la que me dió en la cabeza su compañero. En fín, que hay gente que no sabe perder y encima se te pillan unos rebotes...
Como estos amigos no me gustaban mucho decidí no ir hasta transcurridos un par de meses, y cuando por fín lo hice, pude ver que entraba el tal Aznar a la ofi. ¡Menos mal!.
(continuará)